El sepulcro del apóstol Santiago fue redescubierto hacia el año 829, de forma tal que sobre el mismo se edificó (reinando Alfonso II el Casto) un primer templo, de reducidas dimensiones. Más tarde se levantaron allí otras dos basílicas prerrománicas a las que finalmente acabó sustituyendo la catedral que ahora podemos contemplar.
El hecho de disponer de la única tumba conservada de uno de los doce primeros discípulos de Jesús (junto con la de San Pedro, en Roma), convirtió a la antigua Iria Flavia en el centro de un creciente movimiento de peregrinaciones que prontó alcanzó a toda la cristiandad europea, de la cual Santiago de Compostela acabó convirtiéndose en uno de los principales centros religiosos. Surgió así el Camino de Santiago, una ruta de peregrinación que acababa precisamente aquí su recorrido. Los distintos ramales de esta vía se unían tras cruzar los Pirineos, para recorrer a continuación todo el norte peninsular y concluir en Compostela. De esta manera, el camino facilitó los intercambios culturales entre las distintas zonas del continente y llevó más allá de las fronteras de la península la fama de una ciudad y de una monarquía (la astur-leonesa) que impulsó la devoción a las reliquias del apóstol. Sucedía todo ello en una Europa ruralizada y feudal, pero que lentamente se iría abriendo al desarrollo de las ciudades, del comercio y de las actividades burguesas, siempre bajo la atenta mirada de la Iglesia cristiana como controladora única de las conciencias.
miércoles, 14 de abril de 2010
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